Manuel Pellegrini nació en Santiago de Chile, en 1953. Estudió ingeniería civil y se graduó en la Universidad Católica. Jugó de defensa central en la Universidad de Chile, su único club durante 13 años.
En 1986 disputó una pelota con un desconocido y, cuando fue a cabecear, el joven le sacó tanta altura en el salto que decidió retirarse. Nadie podía saber que el chico, de apellido Zamorano, se convertiría en uno de los mejores futbolistas chilenos de siempre. Pero se demostró que Pellegrini no solo era un futbolista con estudios universitarios sino también con autocrítica. Un bicho raro en el ecosistema futbolero
Colgadas las botas, relegó su vocación de ingeniero, mediante la cual colaboró en proyectos de reconstrucción de edificios después del terremoto de 1985, para centrarse en el armado de estructuras más dinámicas: equipos de futbol.
No se rindió tras descender con el club de sus amores en 1988, una loza magnificada por su extraña reticencia a señalar culpas ajenas o a desplazar las propias, y por su ridícula aversión a las declaraciones altisonantes. En 1994 se hizo cargo de la Universidad Católica, de donde se marchó sin demasiado reconocimiento, tras ganar la Copa Interamericana y la Copa Chile. Emigró a Ecuador. Luego, a Argentina. En el trayecto, entre el Liga de Quito y el River Plate, enlazó una sucesión de éxitos que llamaron la atención del fútbol español. Condujo durante cinco años a un Villarreal de juego inteligente y vistoso que llegó a codearse con la crema de Europa en las semifinales de laChampions en 2006. Fue subcampeón en la Liga un año después.
Pero Pellegrini es raro y tiene conductas radicales. Por ejemplo, no vive exclusivamente para el fútbol y considera, por alguna oscura razón, que esa exclusividad lo haría peor entrenador. Sobrelleva con pesar la distancia que lo separa de su familia, que vive en Chile, y cuando termina de practicar, analizar partidos, programar contenidos y planificar los futuros entrenamientos, aun le sobra tiempo. No se mantiene enfrascado y obsesionado con el fútbol, como debería hacer para demostrar su compromiso con la profesión, sino que prefiere escuchar música, ver películas y leer. Un tipo rarísimo.
No vive exclusivamente para el fútbol y considera, por alguna oscura razón, que esa exclusividad lo haría peor entrenador
Todas esas excentricidades tocaron el punto máximo un día que decidió tomar lecciones de tenis —el colmo de la distracción frívola— cuando podía dedicar ese tiempo a ver más partidos o a intentar agotar todas las posibles combinaciones de los sistemas tácticos con las fichas magnéticas en el pizarrón del vestuario.
Igual de extraña resulta su pasiva actitud durante los partidos, donde generalmente se lo ve sentado, contemplativo, esgrimiendo alguna indicación puntual solo cuando es oportuno. Nunca gritando minuto a minuto lo que deben realizar sus futbolistas, como si realmente creyera que puedan generar pensamiento propio. Una convicción que comparte con otro tipo raro del fútbol: Vicente del Bosque.
Otra extravagancia de Pellegrini es no creer que el éxito del funcionamiento de un grupo dependa de hacer, de vez en cuando, un ritual público de sacrificio, como hacían los Aztecas. No lo hizo con Guti tras las secuelas del Alcorconazo y manejó con discreción de mimo el sonado conflicto con Riquelme. Una moderación que desconcierta a la audiencia futbolera, que si no ve la sangre derramada desde la cima de la pirámide descree del poder del líder.
No cree en sistemas perfectos. No supedita el juego de sus equipos a la táctica sino que la entiende como la inteligencia aplicada al servicio del juego, y considera que el mejor sistema es aquel en el que el técnico logra el compromiso de sus jugadores.
No cree en sistemas perfectos. No supedita el juego de sus equipos a la táctica sino que la entiende como la inteligencia aplicada al juego
Los futbolistas que lo han tenido comentan que antepone el equipo a su propia figura. Que se preocupa por ellos, que pregunta, que procura aprender y sacar conclusiones de la interacción. Ese método inductivo lo aleja de poses pseudopositivistas, tan útiles para ganar fama de entrenador serio y trabajador.
Salió del Madrid después de que compararan sus números con los del Barça más exitoso de la historia. Ahora conduce al Málaga, donde hizo de necesidad virtud y, con la misma vocación con que ayudó tras el terremoto de 1985, apuntaló los restos de un proyecto con ambiciones faraónicas para convertirlos en una estructura erguida y sólida. Fue el primer equipo en clasificarse para los octavos de la Champions.
Personalmente solo lo vi una vez, cuando él dirigía River Plate y lo crucé en el túnel de vestuarios después de un Trofeo Bernabéu. Me saludó con timidez. Definitivamente un tipo raro Pellegrini. Tan raro que hasta parece una persona normal.
por Santiago Solari, para el Pais