viernes, 21 de noviembre de 2008

MATRIX


Los asesinos vocacionales se dividen en dos categorías: los organizados y los desorganizados. Los organizados son fieles a un modus operandi y planean con cuidado sus crímenes: un ejemplo clásico es el de Henri Landru, guillotinado en 1922 por el asesinato de 10 mujeres (a las que robó todo el patrimonio) y un muchacho. Los desorganizados improvisan en cuanto se les ofrece una ocasión o cuando se les dispara el ansia de matar, generalmente asociada al deseo sexual: el paradigma es Jack el Destripador, que en 1888 asesinó y mutiló a cinco prostitutas en Londres.

La clasificación organizado-desorganizado resulta igualmente útil en el ámbito de los futbolistas antideportivos. Los organizados son metódicos y suelen elegir con antelación a su víctima: insultan, provocan, pegan discretamente y con eficacia, cuentan con un plan de emergencia (en caso de apuro, alegan que los agredidos son ellos) e intentan coleguear con el árbitro igual que los asesinos procuran establecer vínculos con la policía.
Pavel Nedved, interior del Juventus, es un gran organizado.

Los desorganizados son los que no pueden resistir la tentación de cometer una burrada. Muchos de ellos son encantadores fuera del estadio, visitan a los niños en el hospital y ayudan a los compañeros en dificultades. Pero en cuanto pisan hierba se les cruzan los cables. Quizá resulten menos despreciables que los organizados; son, sin duda, más peligrosos. Hacen faltas terribles, y, en consecuencia, coleccionan sanciones. Que no sirven de gran cosa, porque las cumplen y vuelven a las andadas.

El más notable desorganizado del calcio es Marco Materazzi, central del Inter, también llamado Matrix por su afición a la patada voladora.

Materazzi encabeza la lista de los personajes detestados en el fútbol italiano. El codazo a Sorín en la eliminatoria europea frente al Villarreal fue tremendo, pero nada particular en el historial de Matrix, capaz de alcanzar niveles de violencia realmente extraordinarios. En un Milan-Inter de 2003 le pegó a Shevchenko una patada en las costillas. Un año después, en otro Inter-Milan, clavó la puntera en el pecho de Inzaghi. Luego se ganó dos meses de descalificación por pelearse a puñetazos con Cirillo, del Siena, en el túnel de vestuarios. En octubre pasado realizó una entrada estremecedora a Ibrahimovic. Un senador de la posfascista Alianza Nacional propuso que Materazzi fuera juzgado "como un delincuente común".

El temible Matrix carece del cinismo de los defensas organizados, fieles a un viejo lema italo-argentino ("si sobresale de la hierba, pégale duro; si resulta que es el balón, paciencia") porque lo suyo es el gore irracional, la locura repentina, la violencia gratuita. Su padre, el técnico Giuseppe Materazzi, ha tenido que pronunciar más de una vez la frase "mi hijo no es un asesino", más propia de las crónicas de sucesos que de las páginas deportivas. El propio Matrix llamó una noche a un programa de televisión para gimotear que sus condiciones técnicas eran mediocres y que a veces no podía controlarse. Internet está lleno de insultos a Materazzi. Algunas páginas, como loscarsomaterazzi.splinder.com se dedican en exclusiva a eso, a insultar al "carnicero" Materazzi.

La justicia deportiva hace poco. Hay, sin embargo, otra justicia: la del balón. Ayer funcionó. Empoli-Inter, minuto 92, 0-0. Materazzi controla un balón junto a la línea del centro del campo y, en un arrebato de inspiración, decide cederla hacia atrás. Suelta un globo que pasa por encima del portero y marca, en propia meta, el gol más hermoso de su vida.

La cara que se le quedó a Matrix valió por varias sanciones.

Enric González es autor de Historias del Calcio

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