miércoles, 7 de enero de 2009

CATEDRALES PAGANAS


Si el fútbol es la nueva religión pagana, según la inolvidable cita de Manuel Vázquez Montalbán, sus estadios deberían acreditarse como las nuevas catedrales contemporáneas. Como en la arquitectura religiosa, los estadios han atravesado todas las épocas hasta convertirse en aparatosos signos de la modernidad y de la trascendencia de un deporte que ya no lo es. Hace tiempo que el fútbol ha traspasado la frontera del juego y sus consecuencias. Ya no es el misterioso deporte que se juega con los pies, ni el generador de pasiones incontenibles, ni el refugio ocioso de la clase obrera, ni tan siquiera la bandera de una pequeña comunidad adscrita a sus colores. El fútbol es la representación de casi todas las cosas imaginables, una especie de universo paralelo donde se desarrollan todas las actividades posibles. Es deporte, política, negocio, tecnología, medicina, arte, violencia, fraude, emoción, pensamiento, belleza y fealdad. Se ha escapado de sus límites porque nada le ha contenido desde su nacimiento. El juego que idearon los privilegiados estudiantes de Eton, fue abrazado como suyo por los obreros que comenzaban a disfrutar de sus primeras horas libres en las tardes de los sábados. Desde ahí, su imparable crecimiento le ha llevado a una posición que hasta los norteamericanos quieren comprender. El fútbol se ha convertido en el símbolo de nuestro tiempo, para lo bueno y para lo malo.
Aunque los intelectuales se resistieron durante mucho tiempo a la evidencia de su importancia social, desdén inexplicable porque no se puede vivir de espaldas a lo que es fundamental para la gente, la certeza de la trascendencia del fútbol ya no admite dudas. Puesto que es uno de los grandes símbolos de nuestro tiempo, requiere de la simbología que lo identifique como religión universal. Los estadios hacen ese trabajo. Lo hicieron con modestia en los primeros años del siglo XX, en recintos sin pretensiones que sólo pretendían acoger a las pequeñas comunidades: una ciudad o un barrio. En estos lugares se jugó hasta que el fútbol dio noticias de lo que sería la globalidad. También fue pionero en esto. Cuando el fútbol traspasó el barrio y las ciudades, y después los países, y los continentes, cuando en un pueblo de Uganda se puede ver a un niño con la camiseta del Barça o del Madrid, cuando una antena parabólica capta en la selva amazónica los partidos de Old Trafford o San Siro, entonces no hay manera de disimular que el fútbol es más que fútbol.
La Copa del Mundo comienza el viernes en Múnich, en un estadio que impresiona desde fuera como sólo lo pueden hacer las construcciones destinadas a definir una época. Con su forma de colchón flotante, el estadio es la consagración del nuevo interés de la arquitectura por el deporte, y especialmente por el fútbol. En el mejor de los casos, los estadios habían sido recintos funcionales, con algunos toques distintivos en ocasiones. El arco de San Mamés pertenece a esa categoría creativa. Hay otros pocos y viejos estadios que añaden brillantes toques arquitectónicos, pero su tiempo ha pasado. En esos estadios adorados por los aficionados, no hay sitio para la comodidad, ni para la tecnología, ni para la seguridad. San Mamés es el viejo fútbol, privado de las adherencias que lo han convertido en un fenómeno abrumador. El estadio de Múnich, diseñado por los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron -autores, entre otros proyectos, de la Tate Modern de Londres- escenifica el triunfo de un nuevo modelo, donde la vanguardia artística se implica en el negocio. No es sorprendente que en el mundo fenicio donde se mueve el fútbol actual, el estadio se vea privado de su nombre durante un mes. Allianz, la compañía de seguros que adquirió los derechos para registrar su nombre en el estadio durante 30 años, no podrá utilizarlos en los próximos 30 días. Durante este plazo, la FIFA dispone en exclusiva de esos derechos. Eso es el fútbol en estos días, un inmenso escenario, fundamentalmente económico, que requiere templos a su medida, donde los arquitectos más prestigiosos compiten en una carrera que no siempre produce resultados satisfactorios. Es más, la mayoría de las veces apunta hacia un horizonte excesivo en las formas y vacío en el fondo. Será la señal del fin de otro imperio. El del fútbol.


por Santiago Segurola

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