La relación de Francia con el fútbol se ha movido de forma pendular. A momentos de fulgor, como su actuación en el Mundial de Suecia 58, siguieron años sin interés. Ningún equipo francés tuvo protagonismo en el década de los sesenta. Entre 1958 y 1978, Francia sólo participó en la Copa del Mundo que se disputó en Inglaterra, donde su participación fue anecdótica. Fue eliminada en la primera ronda. Tampoco hubo jugadores relevantes en aquel periodo. El país de Kopa, Vincent y Fontaine se sentía más atraído por el ciclismo o el rugby, el juego de la Francia profunda. Sin embargo, a mediados de los años setenta se produjo una renovación generacional, donde la pequeña ciudad de Saint Etienne tuvo un papel fundamental. Si Marsella era la ciudad enloquecida por el fútbol, Saint Etienne tenía la llave del futuro. El fútbol volvía a sus orígenes: la clase obrera tomó la bandera del fútbol en una ciudad orgullosa de su equipo. Se sentía representada por los verts, que comenzaron a progresar en la escala jerárquica del fútbol europeo. En aquel pequeño equipo se incubó el embrión del despegue francés.
En Nancy, al norte de Francia, el fútbol también era el pasatiempo preferido de mineros y emigrantes italianos o polacos. La deuda con ellos venía de lejos. Kopa, hijo de mineros, se apellidaba Kopazewski. Era uno de los muchos polacos que dieron gloria al fútbol francés. Michel Platini nació en Joeuf, pueblo cercano a Nancy, en una familia originaria del Piamonte italiano. Debutó con 17 años en el Nancy y se convirtió muy pronto en una celebridad. Por aquella época, el Saint Etienne reunió un excelente grupo de futbolistas: Janvion, Bathenay, López, Larque, Rocheteau y Sarramagna, entre otros. Francia necesitaba una referencia internacional. La encontró en los verts, que disputaron la final de la Copa de Europa frente al Bayern, en 1976. Mereció la victoria el Saint Etienne, pero ganó el equipo alemán. Era una especie de ley no escrita.
Platini fichó por el Saint Etienne y Francia acudió a los Mundiales de Argentina. Fue el inicio de un ciclo que despertó la admiración de los aficionados europeos. Durante ocho años, la selección francesa se distinguió por un fútbol elegante donde no faltaba el vigor de atletas como Janvion o Tresor. Pero en el recuerdo queda el ingenio y la clase de sus centrocampistas. La memoria del fútbol es selectiva. Se recuerdan unas pocas alineaciones y algunos nombres asociados a la perfección. Tigana, Giresse y Platini son nombre imborrables para los aficionados. Ellos definieron el juego de Francia en los años ochenta. A su alrededor, una buena defensa y una delantera más sutil que poderosa: el pequeño Lacombe y Rocheteau, que nunca alcanzó el nivel de sus primeros días en el Saint Etienne. Una gravísima lesión rebajó sus registros, aunque fue un habitual de la selección francesa.
Francia fue la alternativa más consistente a la hegemonía de Italia y Alemania en los primeros años ochenta. El equipo estaba dirigido por Michel Hidalgo, un entrenador juicioso, amable, querido por los jugadores y los aficionados. Elegía a los mejores y sacaba de ellos su mejor rendimiento. En eso consiste la labor de un buen entrenador. Platini dirigía el juego sin alardes imperiales. Era la estrella, pero su confianza en Tigana y Giresse era absoluta. Tigana jugaba como pivote central y se ganó fama de defensivo, pero en cualquier zona del campo era un jugadorazo. Elástico, con una zancada elegante que le permitía conducir la pelota como la seda, dispuesto a asociarse con cualquiera que encontrara por el camino, Tigana era un secreto a voces, el corazón del equipo. El diminuto Giresse escondía un motor considerable y un repertorio enorme de recursos técnicos. Jugaba en corto y en largo, sacaba un buen partido de su habilidad y marcaba goles con frecuencia. Preciso rematador, intuitivo en el área, Giresse acompañaba en todo el campo.
Platini tenía la mejor guardia posible, jugadores que entendían su cartesiano juego a la primera. Platini era un armador inigualable y un finalizador temible. Se dijo que era el nueve y medio por excelencia, un delantero camuflado en la línea de tres cuartos, desde donde elegía la manera de destrozar al rival. Hizo de la pared un arma letal. Quien quiera ver su eficacia en este arte, puede ver su colección de paredes en la Juve, donde el polaco Boniek fue su socio principal. Después de la pared, venía la definición. Ahí, Platini era Romario. Elegía los rincones como nadie. Como lanzador de faltas, encontró pocos iguales. Ese jugador formidable tenía una estampa nada imponente. Parecía fatigado, a punto del abandono, con las medias bajadas y un aire de jugador superado por el esfuerzo. Falso. Platini manejaba los partidos con un autoridad imperial y jamás puso en duda su liderazgo, tanto en la selección francesa como en la Juve.
por Santiago Segurola
por Santiago Segurola
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