Desde el año 2004, el último alternativo, la Premier League es cosa de dos. Manchester United y Chelsea acaparan campeonatos pese al esforzado resistir del Arsenal de Arsene Wenger, fiel a un libreto que se cuestiona tanto el qué como el cómo, que incentiva el debate sobre la cuestión estética del juego, y que avista esta temporada, tras más de un lustro de expectativa tornada en frustración, una oportunidad para volver a levantar la copa.
Porque, dejando a un lado el proyecto aún sin cuajar del City, hay síntomas de cambio de inercia, con las lesiones que están siguiendo al envejecimiento y al desgaste de la plantilla del Chelsea, y con los titubeos de un United en el que (casi) todo sabe a conocido. Por contra, hay indicios que apuntan a la dicha cercana del Arsenal. Si no pudo invertir como otros, con el dinero desviado hacia el nuevo estadio, sembró para recoger un día. Y quizá, ese día ya esta aquí. Porque retuvo a su capitán, Cesc Fàbregas, ganó una alternativa en ataque con Chamakh, sumó parejas competentes de baile para Vermaelen, y presume de fondo de armario en el centro del campo. Obviando la duda perenne en la portería, lo mejor es comprobar que varios de sus hombres comienzan a certificar lo que antes sólo insinuaron. Estuvo el arranque de curso de Walcott, finísimo; están los esperanzadores minutos de recuperación de Rosicky; y está, sobre todo, el paso adelante de Samir Nasri, un privilegiado de techo desconocido. Está, en definitiva, la voluntad de abandonar el casi, de ser bueno sin dejar de se bonito, de aprender a encajar sin perder capacidad de golpeo, y de coronar las brillantes ráfagas de juego del equipo más atractivo de la Premier, por fin, con el título.
El trabajo de varios años de sequia y de obstaculos puede que sea este año el bueno para un Arsenal que juega muy bien pero que nunca tiene la recompensa de los titulos, siempre con gente joven Wenger y su filosofia se merece el ansiado premio.
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