jueves, 19 de mayo de 2011

EL ULTIMO PASE DE IVAN DE LA PEÑA

Iván de la Peña no juega: su último partido duró media hora y se remonta al 12 de septiembre en El Madrigal. Ni figura en la lista de convocados del Espanyol. Apenas sale al campo de entrenamiento: dedica las horas al gimnasio y asoma de vez en cuando para tocar un poco el balón. Tampoco consta en los partes médicos: sus lesiones se suceden y los periodistas ya no preguntan. Y si no pasa por ser un jugador clandestino en un mundo tan mediático es porque el sábado compareció y aclaró que es "un futbolista que no puede controlar el destino".




Una lesión de aductor le tiene ahora en ascuas. No sabe hasta qué punto tolerará las cargas de trabajo y es aventurado pronosticar si reaparecerá antes de finalizar la temporada, justo cuando acaba su contrato. Había dudas sobre si había tirado la toalla o todavía llevaba las botas puestas. Aunque no las despejó, alimentó la esperanza de los hinchas que se desviven por reencontrarse con Lo Pelat. Laureano Ruiz le tiene dicho que, tal y como ha evolucionado el fútbol, puede estirar su carrera hasta los 40 años, y hoy tiene 34. Los médicos le animan en cada visita y los aficionados son pacientes. Aguardan.

Nadie habla de un homenaje, ni de retirada ni se le emplaza para un partido. El fútbol espera solo un último pase de Lo Pelat, una suerte genuina que domina como nadie, muestra de su grandeza. El problema es que armar ese último pase nunca fue sencillo. Hay que estar muy fino y en forma, muy puesto por una parte y por la otra muy expectante. La conexión jugador-espectador con Lo Pelat ha sido siempre tan especial como la comunicación cabeza-pierna del futbolista. Iván no es un cualquiera, sino todo un genio.

Ya se sabe que los artistas son pusilánimes. A ojos de los mortales, pueden parecer hasta hipocondríacos, siempre indescifrables. No conviene presionar ni apelar a su carisma, sino saber de sus sensaciones, que en el caso de Lo Pelat son variables porque no para de escuchar su cuerpo. Hay momentos en que parece animado y otros angustiado. Así fue siempre: jugó partidos para la eternidad y se tiró jornadas para olvidar.

Hubo un día, cuando el Espanyol estaba sepultado en la Liga, ocho puntos por debajo del descenso, en que proclamó: "Tomadme por loco, pero no bajaremos". Los periquitos le creyeron y hoy compiten por Europa. No hace mucho, en cambio, salió para decir con la voz entrecortada, una lágrima resbalando por la mejilla, un crujir en su carrocería: "Esta vez más que nunca se me pasa por la cabeza abandonar el fútbol". Fue después de viajar a Belgrado para aplicarse placenta de yegua. A Lo Pelat le han mirado muchos médicos, también fisioterapeutas y hasta curanderos y, de momento, sigue sin saber qué será de su vida futbolística. Tiene la musculatura de cristal y, cuando no es un aductor, es un abductor o, si no, un gemelo o los isquiotibiales y a veces el síndrome compartimental. "Ya lo pruebo, doctor, pero, cuando fuerzo, me duele", responde en la clínica. No es fácil curar a un lesionado cuando le cuesta explicar qué le duele y para un paciente es imposible concretar sus molestias cuando son tantas. Un caso clínico.

Lo Pelat es un futbolista eléctrico y sus músculos son víctimas de la corriente. Saltan como los plomos, ceden cada vez que el jugador arma la pierna para el último pase. Las descargas son tremendas, obligan a recomenzar. Sin continuidad, no hay remedio; imposible no sentir dolor. Hay médicos que creen que le falta una condición física de base, como a los jugadores de su quinta, la de Lo Pelat, aquel grupo de futbolistas paridos por Cruyff y que en su mayoría acabaron en el Espanyol. La cultura del rondo ha sido utilizada para bien o para mal, a gusto del consumidor.

Llegado a La Masía desde Santander a los 14 años, De la Peña fue también el futbolista referente de Cruyff. "Tiene una técnica mediocre", aseveró el técnico después de que debutara con 19 años. Cruyff le machacó, igual que a muchos de sus preferidos, y hasta escribió su epitafio en el Camp Nou: "Yo querría que estuviera 10 años en el Barça, pero en esta plantilla hay 28 jugadores e Iván puede tener 27 enemigos". Núñez despidió a Cruyff y a Lo Pelat, prendado de su entrenador, -"prefirió corregirme a adularme"- se lo llevó la corriente: "Se me utilizó para atacar a Cruyff".

A Robson no le quedó más remedio que alinearle, por deseo de Ronaldo, y Van Gaal le amenazó con una temporada horrible si seguía en el Barça: "Él levantaba al público de su asiento una o dos veces por partido, pero a mí me hacía saltar 10 del banquillo". Llegó un momento en que la hinchada exigía que jugara Lo Pelat para medir a los entrenadores hasta que fue traspasado por 2.500 millones de pesetas al Lazio.

No funcionó en el calcio, ni en el Marsella ni tampoco en su regreso al Barça de Gaspart, hasta que recaló en el Espanyol. Y en Montjuïc tuvo sus momentos de gloria, como cuando ganó la Copa y disputó la final de la UEFA. Valverde, uno de sus entrenadores, le recuerda con gusto: "La calidad de su pase es única. Ve lo que no ve nadie más y consigue que los partidos sean diferentes en función de su presencia o ausencia. A veces se exige en exceso. Puede que se cree más obligaciones de las que le tocan y se autopresione, pero, si consigue estar tranquilo, concentrado, su determinación es imparable". Y remacha: "Expresivo en sus movimientos e impaciente, necesita sentirse al 200%. El problema está en la mecánica de su juego y aceleración: parar y arrancar, algo no natural en un centrocampista".

El estadio olímpico se le dio bien con el Espanyol, con el Barça y con España. Allí, en Montjuïc, al lado de Raúl, empezó propiamente en 1996 su carrera internacional con la fase final de la Eurocopa sub 21. Abatida Escocia, la España de Clemente perdió la final con la Italia de Totti, Nesta y Cannavaro en la tanda de penaltis. Raúl y De la Peña, curiosamente, fallaron sus lanzamientos. A Clemente le gustaba la visión de juego de Lo Pelat y le reprochaba su agobio y prisa, la obsesión por dar el pase de gol, porque incurría en muchas pérdidas y el equipo perdía simetría. "Si la etapa actual, el fútbol de toque, le pilla con 10 años menos, sería el rey del mambo", sostiene su descubridor, Laureano Ruiz, sobre Iván, que, al final, llegó a ser internacional absoluto cinco veces, en 2005, con 28 años.

"Fue siempre muy generoso, tanto que prefiere un pase a un gol. Yo siempre le pedía que chutara porque tiene muy buen tiro", remacha Laureano. A Lo Pelat le han aconsejado mucho y escuchado poco, como si penalizara por ser el depositario de la ilusión de los aficionados. A Lo Pelat le gusta escorarse a la izquierda, perfilarse hacia la portería, tirar el cuerpo hacia atrás y meter la pelota como un bisturí, una diagonal que reluce en su calva. A veces la recepción no es la mejor y se puede discutir la ejecución. La intención, en cambio, es única e irrepetible, tanto que, para quienes prefieren que se asegure el pase a buscar la ocasión, la ficción supera la realidad. Lo Pelat es el cisne negro al que los ortodoxos piden que sea blanco.

La hinchada no se da por rendida y aguardará lo que haga falta por ver el último pase de Iván. Olvidadas las ofertas de Rusia, Escocia y Catar, Iván -cobra unos dos millones, el que más después de Osvaldo-, lleva prácticamente dos años sin jugar: seis partidos en dos temporadas. Aunque dedica mucho tiempo a la familia, continúa obsesionado con el fútbol. Habla con Luis Enrique y Puyol, ejerce de capitán en el vestuario del Espanyol, tiene largas reuniones con Pochettino -se asegura que será pronto ayudante suyo-, sigue de cerca la carrera de su hijo y todavía recuerda los dos últimos goles que metió en el Camp Nou, uno con la cabeza, el primero de su carrera, todo un guiño.

Quedan nueve partidos para el último pase de Iván. Una cierta justicia poética ayuda a mantener la esperanza: Raúl todavía pelea en el Schalke, reluce La Masía, el Espanyol está en zona europea, el Barcelona juega muy bien, no les van mal las cosas al Lazio, al Marsella ni a la selección española. El mejor momento quizá para que Lo Pelat vuelva a probar con un último pase, el último de verdad.

por Ramon Besa para el Pais

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