- A la panadería, supongo.
- ¿Y si quieres comprar una pierna de cordero?
- A la carnicería, ¿no?
- Entonces, ¿por qué demonios sigues yendo a ese club de maricones?
Cuentan que el grito hizo temblar los cimientos del viejo City Ground. Se hizo el silencio. Todos sabían que algo serio ocurría. En la cabeza de Brian Clough, superdotada para eso de la pelotita y el cientocinco por setenta pero quizá algo limitada para otras cuestiones algo menos mundanas, no cabía semejante disparate. ¿Un futbolista homosexual? ¿Y en su propio equipo? Impensable. En el corazón de Inglaterra, en la dura década de los 80, en un fútbol tan rudo y áspero, la sola idea de un futbolista que no respondiese al tradicional modelo de hombre aguerrido apestando a sudor y linimento no tenía cabida. No, por ahí no iba a pasar el viejo Cloughie…
La carrera de Justin Fashanu (Londres, 1961) no había hecho más que empezar. Un par de buenas temporadas en el Norwich le convirtieron en el primer futbolista negro en alcanzar el millon de libras por su traspaso, cuando Brian Clough se encaprichó de su talento para rubricar su obra magna en el Nottingham Forest bicampeón de Europa. A sus veinte años recién cumplidos, todo apuntaba a trayectoria exitosa.
Inconmensurablemente talentoso sobre el césped, Fashanu cometió la “torpeza”, y entrecomíllese la palabra tantas veces como fuera necesario, de ser excesivamente transparente con su vida privada. Antes de que declarase públicamente su homosexualidad en aquella entrevista en The Sun de elocuente titular en portada (‘Futbolista de un millón de libras: Sí, soy homosexual’), la condición sexual del delantero londinense era sobradamente conocida entre sus compañeros. Nada le hacía suponer que algo tan indiferente para su rendimiento deportivo como su inclinación sexual fuera a marcar de tal manera su carrera profesional.
Cuando el implacable y particularísimo Clough descubrió que los rumores que corrían sobre su futbolista eran ciertos, no dudó en recriminárselo a gritos. Lo expulsó del entrenamiento del equipo y le obligó a buscar acomodo al otro lado del Trent, en el vecino y rival Notts County. Sirvió de poco. 20 goles en tres temporadas con los Magpies eran una escasísima cifra para un delantero que prometía marcar una época. Sin éxito, recaló en el Brighton & Hove Albion. En la costa sur, y por si fuera poco con los problemas que le acarreaba su homosexualidad en no pocos campos de fútbol, una grave lesión de rodilla truncó su aventura con la camiseta de los Seagulls.
Su solución: operar la maltrecha rodilla en Estados Unidos. Su salto al otro lado del charco devino en una espiral de recaídas, partidos con equipos norteamericanos semidesconocidos (Los Angeles Heat, Edmonton Brickmen, Hamilton Steelers…) y una preocupante sensación de haber perdido el norte, tanto personal como deportivo, en su vida. Fueron años complicados, en los que sus cambios de equipos se sucedían sin mayor trascendencia (en tres años llegó a alinearse hasta con ¡¡diez!! equipos diferentes). Con treinta años cumplidos, pudo asentar su vida en la tranquilísima población de Torquay, jugando al fútbol con cierta asiduidad y convirtiéndose, en sus últimos años en Plainmoor, en player-manager del equipo costero.
Su inesperada salida de Torquay, en donde por fin había encontrado una vida, una ocupación y una tranquilidad que se le había negado durante toda su carrera fue lo que probablemente le hizo tocar fondo. Deambuló por varios equipos de segunda fila en Escocia, e incluso por el Trelleborg sueco, pero para entonces su estado psicológico ya era irreversible. Sumergido en una ingobernable espiral de mentiras, falsos rumores de relaciones homosexuales con importantes personajes públicos difundidos por él mismo, actos vandálicos… Fashanu se vio obligado a abandonar el Reino Unido. Australia, Nueva Zelanda y de nuevo Estados Unidos. Su alma estaba perdida y no encontraba acomodo ni paz en ningún sitio.
La carrera del que fuera prometedor delantero estuvo siempre marcada por la permanente hostilidad del entorno hacia su condición sexual. En semejante clima de constante tensión, su habilidad y su talento quedaron sepultados bajo la gigantesca lupa con la que eran examinados cada uno de sus movimientos, tanto dentro como fuera del campo. No cabe duda de que su tormentosa relación con Brian Clough marcó su vida. Sin embargo, curiosamente, y en contra de lo que el viejo Cloughie entendía que implicaba la condición de homosexual, Fashanu era un futbolista duro, aguerrido, acostumbrado a partirse los pómulos o las cejas contra los codos de las defensas rivales. Jamás tuvo miedo al contacto y a las defensas más violentas. Sus escarceos como boxeador en su juventud (se dice que prometía más entre las doce cuerdas que con el balón) y una infancia sin concesiones (se crió junto a su hermano John, también futbolista, en una casa de acogida para niños de familias sin recursos) le forjaron un carácter introvertido pero muy duro ante las adversidades. Sin embargo, la vida de Justin estuvo siempre marcada por el rechazo: el que, sin duda, debió de sentir cuando sus padres tuvieron que depositarlo en el centro de acogida siendo solo un niño y, sobre todo, el que sintió y padeció desde que se atrevió a vivir su homosexualidad sin miedo ni restricciones.
Fue demasiado. El 3 de mayo de 1998 el cuerpo sin vida de Justin Fashanu fue encontrado colgando de una soga en un garaje abandonado en Shoreditch, al norte de Londres. Dos meses antes, aún en Estados Unidos, un joven de 17 años sediento de fama y dinero había acusado a Justin de haberle emborrachado y forzado sexualmente. Cuando la policía se presentó en el apartamento del exfutbolista, él ya había salido huyendo hacia Inglaterra con la idea de poner fin a su existencia.
‘Me he dado cuenta de que ya me han condenado como culpable. No quiero seguir siendo una carga para mis familiares y amigos. Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida y, por fin, encuentre la paz’. Fue su nota de despedida, encontrada junto a su cuerpo inerte. Tenía 37 años. Lo había matado la homofobia.
por Borja Barba
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