Mundiales. Como Italia 90, mi último mundial argentino, en el que la selección llegó, nuevamente, a jugar la final contra Alemania. Aquel mundial había sido la crónica de una decadencia anunciada: el equipo nacional era casi el mismo, pero cuatro años más desencantado; y su tótem, Maradona, no era el mismo sino uno más gordo, lesionado y mascando quizá su inminente tragedia. Aquélla fue una triste manera de despedirme del país y del gran fútbol. Poco después mi familia abandonó Argentina y, para el mundial siguiente, el equipo que veía por la televisión, al calor del verano, vestía de rojo e invocaba una vaporosa furia como principal argumento ganador.
Jorge Valdano, que es quien mejor comprende (como lo supo Grecia) que el deporte es un síntoma de muchas otras cosas, publicó hace unos años el primer tomo de ese acto de redención que fueron los Cuentos de fútbol. El año anterior, en 1994, había tenido lugar el siguiente mundial en Estados Unidos. Aquél fue el segundo adiós de Maradona, que, como todos los mitos, nunca se retiraba del todo. Y lo más curioso es que, acaso sin saberlo, en el mismo año de la consagración de Maradona, Valdano había escrito un artículo en la Revista de Occidente que, en cierto modo, definía la fatalidad de su compañero de selección. Al margen del asombro que causó que un futbolista conviviese con la élite intelectual en las páginas de una publicación académica, aquel artículo sobre el miedo escénico comenzaba afirmando que “el jugador es un actor obligado a representar una obra desconocida frente a un adversario que se empeña en impedírselo”. Eso fue, precisamente, lo que le sucedió al 10 argentino: personaje adorado, actor de sí mismo sobre el césped, él estaba obligado a desempeñar cada partido su papel de genio. Y, como alguna vez le he oído decir a Valdano, ser Maradona no debía de ser fácil para Maradona. Ahora bien, ¿quién le impidió serlo hasta el final, quién se empeñó en que Diego dejase de ser él? Propongo tres posibles respuestas, todas ciertas a mi juicio: los defensas rivales; la FIFA y sus extraños reglamentos, que toleran o castigan según a quién, según qué y según cuándo; y Maradona mismo. Su personaje escénico.
Ante el próximo Mundial. Muy distinto, hoy día, resulta ya el personaje de los mejores futbolistas nacionales. Los ídolos españoles se comportan como deben dentro y fuera del campo. Por eso nunca caerán como otros ídolos pero, tal vez por eso, tampoco volarán nunca tan alto. (...) Esperemos poder mirar los partidos con otros ojos, y perseguir los viajes imprevistos del balón, y acaso ver por fin una final sin bostezar, pendientes de las estrellas sobre el césped. Y sólo así, tal vez, podamos al fin sentirnos como los poco viriles pero sin duda felices amantes de aquel poema de Rilke -David y Saúl- y exclamar frente a la pelota: somos casi como un astro que gira.
Andrés Neuman, escritor argentino
1 comentarios:
¿Y tú querías dejar de escribir en tu blog? ¿Y dónde iba a leer yo esto?
Sigue así.
Saludos.
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