En la grada su asiento de socio estaba junto al vértice de tiza del córner. En los descansos de los partidos, mientras comía su sandwich de rosbeef, se embobaba mirando el flamear al viento del banderín, Por la bocadura de entrada al estadio (puerta 45), solía colarse un viento brioso como de alta mar que agitaba el pañito del banderín. Desde su asiento el tipo imaginaba que aquel banderín fluorescente era como una bandera de popa de un hermoso velero. Se lo decía a su mujer antes de los partidos, y ella le sonreía cariñosa mientras le preparaba el rosbeef y le despedía deseándole suerte para el partido: "Suerte, buen partido...y buena mar", le decía juguetona. Antes, los dos ya habían acordado lo mismo de siempre en los partidos televisados. Desde su asiento junto al córner, aprovechando que las cámaras enfocaban de cerca el saque de esquina, él se levantaría a saludarla por la tarde. Y así era siempre. Llegado el momento álgido del córner, detrás del concentrado pelotero solía verse a un tipo rosado y gordito que saludaba y daba besos a la cámara sin prestar atención al córner. Con los brazos parecía que cogía un volante grande como el de un gran trailer. Pero no era un volante deforme. Era el timón de un velero imaginario con bodegas de amor en su vientre. Desde casa, la mujer le lanzaba besos trenzados como nudos marineros.
Todo fue bien hasta que un lunes, de ida al trabajo, ella leyó en la prensa gratuita de la calle un artículo: "El idiota del córner". Era su marido. Mofa brutal: ¿Quién era aquel gordito cretino que saludaba y parecía conducir desde el córner?
por Javier González
De igual título -El idiota del córner- es la novela del escocés Ian McCoy, basada -asegura su autor- en la historia real de un hincha del Celtic. ¿El propio McCoy?
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