Esa trampa (ver post anterior) fue el punto de partida de unos años prodigiosos para los gooners. En 1925 pusieron un anuncio en la prensa para buscar un entrenador y encontraron a un tal Herbert Chapman, que resultó ser el inventor del fútbol moderno. Hasta entonces, delanteros y defensas se amontonaban junto a las porterías, y el centro del campo era un desierto que se cruzaba a pelotazos. Chapman puso números en las camisetas e ideó la defensa en línea, con el resultado de que los delanteros se quedaron solos junto al portero y los árbitros tuvieron que aprenderse la regla del fuera de juego. Por aquellos días, el tren de vapor que transportaba a Londres a los equipos rivales del Arsenal emitía un pitido especial a su entrada en la estación de Charing Cross, para señalar que, incluso antes de apearse del ferrocarril, estaban ya en offside. El prestigio de los gooners se vio reforzado por otra victoria en los despachos: la estación de metro contigua a Highbury cambió su nombre de Gillespie Road por el de Arsenal. Una aportación adicional de Chapman, que resultó ser un dandy, se produjo en 1933, justo antes de un encuentro con el Liverpool. Ambos equipos vestían de rojo, y Chapman decidió que sus jugadores mantuvieran el rojo de sus camisetas, pero con mangas blancas. “Es más distinguido”, opinó.
Pese a sus muchos seguidores, su prestigio y su distinción, el Arsenal (su gente le llama The Arsenal, con artículo) se ha caracterizado hasta muy recientemente por jugar el fútbol que se considera típicamente inglés, el patadón adelante, la carrera y la melée en el barrizal del área, con el añadido de ser cicatero con los goles. El grito de guerra en Highbury sigue siendo aún hoy One nil to The Arsenal (uno a cero para el Arsenal), al margen de lamentable frases racistas y antisemitas. Personalmente, no sufro cuando el Arsenal pierde.
por Enric González
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