jueves, 9 de julio de 2009

BRASIL 1982, LOS PERDEDORES QUE VENCIERON


¿Puede un equipo que es tomado como la esencia del fracaso figurar entre los mejores que ha visto el fútbol? Sí. Brasil no ganó el Mundial de España, pero su recuerdo es imborrable. Y de eso también trata el fútbol. No hay mucho que decir sobre la mayoría de los ganadores del Mundial en las últimas ediciones. Aprovecharon su momento y ya está. Los aficionados más jóvenes difícilmente escucharán vibrantes historias de la selección alemana que conquistó el Mundial de Italia 90. Los brasileños recuperaron el título en 1994, después de un cuarto de siglo de sequía, pero hasta Romario pareció disminuido en aquel equipo. De la victoria de Italia ante Francia en el Mundial de 2002 no habrá otro recuerdo que el cabezazo de Zidane a Materazzi. Lo demás es material de desecho. Si un equipo queda en la memoria de la gente es que ha ganado de verdad. Lo otro es un trofeo en la vitrina.
Otro equipo representa algo parecido al Brasil de 1982. Se trata de Hungría, de la célebre selección de Puskas, Boszik, Hidegkuti y Czibor. La derrota frente a Alemania en la final de la Copa del Mundo de 1954 fue tan o más sorprendente que el maracanazo de Uruguay en 1950. Pero los brasileños ni tan siquiera llegaron a la final. Italia ganó el grupo que daba acceso a las semifinales y finalmente conquistó el trofeo. Era un buen equipo. Brasil era otra cosa, y puede que más imperfecta. Le faltaba un delantero centro de garantías. Telé Santana, el seleccionador, se decidió por el inservible Serginho, un gigante que se preguntó durante todo el torno qué demonios pintaba en aquel equipo maravilloso, en lugar del joven Careca. No había nadie para concretar en el área lo que forjaban los prodigiosos centrocampistas y laterales.
Cuando se habla de Brasil 82 se habla de Leandro, Junior, Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo y Zico. Se habla también de una manera fascinante de jugar: fluida, ingeniosa, atrevida y versátil. La habilidad no estaba reñida con el pase. El pase no estaba peleado con el remate. El remate era la consecuencia de un proceso en el que todos participaban de manera creativa. Leandro y Junior eran dos laterales que podían jugar con el 10 en cualquier equipo del mundo. De hecho, Junior fue el cerebro del Torino en los años ochenta.
En el medio campo, Sócrates, Zico, Falcao y Toninho Cerezo resultaban imparables. Pocas veces se ha visto una colección parecida de virtuosos complementarios. Podían ganarte de cien maneras diferentes, pero difícilmente lo harían con una jugada grosera. Excepto Zico, centrocampista con alma de delantero o al revés, dualidad que le hacía temible en las dos zonas del campo, los otros tres jugadores destacaban por su presencia física. Altos, de zancada larga y gran recorrido, su versatilidad les permitía ocupar todos los puestos del centro del campo y aprovechar su destreza en los remates de media distancia o en las apariciones en el área. Entre ellos, Sócrates era el menos dotado para las tareas defensivas, si es que esas tareas le pasaron alguna vez por la cabeza. Aquel Brasil competía en dos categorías. Por un lado, pretendía la Copa del Mundo, pero durante el torneo comenzó a competir con un fantasma, el Brasil de 1970.
Por raro que parezca, estuvo más cerca de lo segundo que de lo primero. Fue derrotado por Italia en un partido inolvidable y no llegó a las semifinales. No hubo Copa del Mundo, pero su juego deslumbró. En el fútbol de Brasil se contenía toda la belleza del juego. Pronto se sacó el metro patrón para medir la grandeza de aquella selección. La medida era el equipo que conquistó el Mundial de 1970. Quizá ninguna selección se ha acercado tanto al mito que crearon Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho y Rivelino.
por Santiago Segurola

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