No me causa ninguna tristeza que Dunga se largue a casa.
Para empezar, porque me parece perfectamente prescindible este tipo de seleccionador-macarra que le pega diez patadas al banquillo por una falta en contra, que aporrea la cubierta de plexiglás por un fuera de juego dudoso y que no deja de abroncar al cuarto árbitro. Las reglas de comportamiento que rigen para los futbolistas deberían regir también para el técnico.
Y para seguir, porque Brasil empezó a dejar de gustarme, hace ya años, cuando el Dunga jugador asumió el mando del equipo y la “canarinha”, que, igual que el boxeador Cassius Clay-Muhammad Ali, era célebre por volar como una mariposa y picar como una avispa, adoptó el trote del rinoceronte. Sólo el formidable dúo Romario-Bebeto hizo soportable aquella selección brasileña de 1994.
A Dunga le veo por encima de todo un defecto que comparte con otros técnicos, algunos de ellos mucho mejores que él, alguno de ellos, como Marcelo Bielsa, excelente. Hablo de la tensión.
Bielsa tiene un comportamiento en el banquillo mucho más correcto que el de Dunga. Básicamente, se sienta y sufre. Pero le basta con la mirada para expresar la intensidad anímica que espera de sus futbolistas. Es, en ese sentido, como Dunga: exige que el equipo juegue al máximo de revoluciones, al límite del colapso.
Otros técnicos, como Dunga, dan la nota en la banda.Maradona , sin ir más lejos. No me parece, sin embargo, que Maradona crispe a su equipo. Más bien al contrario. Maradona (y aquí sólo se habla del comportamiento en el estadio y de lo visto hasta hoy) ejerce de madre: te riñe y te besa al mismo tiempo. Consigue que el jugador se sienta más querido que exigido.
A Brasil, hoy, le ha ocurrido algo no muy distinto a lo que le ocurrió a Chile en el partico contra España. Ha jugado sin placer, sin la sonrisa giocondesca que caracteriza al niño que juega en la calle y al futbolista que disfruta haciendo lo que hace. La máxima tensión, la máxima atención, la obsesión por no equivocarse, conducen al despiste y al error. Y después del despiste y el error, a la frustración y la crispación. Brasil, como Chile contra España, ha intentado utilizar dosis mesuradas de dureza. Bastos, por ejemplo. Cuando se ha frustrado y crispado, se ha dedicado a pensar más en el contrario que en el balón. Felipe Melo, por ejemplo.
Evidentemente, no toda la culpa es de Dunga. Brasil ya no tiene a un Romario o un Ronaldo. Los mejores talentos de la actual generación, gente como Ronaldinho y Adriano, se han quemado en juergas nocturnas. Hay lo que hay. Y eso ya lo sabíamos desde que empezó el Mundial.
por Enric Gonzalez
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