Sin embargo, me parece ingenuo esperar que el uso de artefactos televisivos convierta el fútbol en un manantial de justicia. Creo que una de las gracias del fútbol, y tiene muchas, es precisamente la injusticia.
Hay actividades, deportivas o no, destinadas a sublimar las potencias del cuerpo y el espíritu. Practicar el atletismo como aficionado o tocar el violín, por ejemplo. Al hablar sobre ellas se pueden invocar todos los conceptos abstractos que uno quiera: la libertad, la justicia, lo que sea.
El fútbol no es un trasunto del ser humano, sino de la vida. Se practica bajo circunstancias climatológicas muy diversas, sobre un terreno que nunca es perfecto, con contactos físicos más o menos agresivos entre los jugadores, y en él desempeña una función esencial esa zona de penumbra en la que se mezclan el error, el azar, la trampa (llamada por algunos picardía), la intimidación y, sobre todo, la duda. Como en la vida.
La zona de penumbra suscita charlas interminables, pero eso es lo de menos. La zona de penumbra puede elevar un partido, que es sólo un juego o un espectáculo, según ejerza uno de futbolista o de espectador, a la condición de tragedia o farsa. La zona de penumbra aporta incertidumbre e interés. La zona de penumbra permite que nos identifiquemos profundamente con algo que no es, en sí mismo, más que una gente que juega con un balón.
Resulta innecesario recordar, por otra parte, que el fútbol es una fábrica de sueños que mueve miles de millones, una industria del espectáculo (en la que participa la prensa, cierto) cuyo fin fundamental consiste en que paguemos por un rato de pasión, o al menos de modesto entretenimiento. Aún más innecesario resulta recordar que donde hay dinero hay corrupción.
¿Cree usted que una moviola aportará justicia al fútbol? Pues créalo. En el fondo estamos de acuerdo. El fútbol vale la pena porque pese al dinero, los tejemanejes y la corrupción, sigue siendo pura fantasía: la que derrochamos nosotros.
por Enric Gonzalez
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