miércoles, 26 de enero de 2011

ROBBIE FOWLER


Hubo una época, no hace tanto, en la que ser parabólico tenía mérito. Era un tiempo de fútbol de barro y papel, donde algo parecido a Internet era ciencia ficción, y las ligas internacionales se emitían en España a cuentagotas. Hablo de principios y mediados de los noventa, cuando el arranque de las retransmisiones (con Chus del Rio y Julio Maldonado ) de la Premier en Canal+ supuso un paso más en la impagable tarea de esa joven y novísima televisión, que nos hizo ver que otra manera de contar el deporte existe, y que nos educó, al menos a mi generación, en la vía de la pasión y el respeto al juego, por encima del ruido de filias y fobias.
En ese ámbito, los ídolos europeos tenían mucho de intangible, envueltos en una especie de halo exótico y misterioso. Para empezar, sonaban tan bien… Matthew Le Tissier, Alan Shearer, Eric Cantona… Les veíamos poco en acción, pero devorábamos las líneas y las clasificaciones que imprimían cada semana en Don Balón, y nos imaginábamos sus movimientos en aquel Championship Manager prehistórico. Era un amor distinto al de andar por casa, al de una Liga, la española, previa todavía a la liberación de la ley Bosman, y de la primera revolución televisiva. Mi pasión por Robbie Fowler era pura por inexplicable, como un verano sin fin, como un verdadero enamoramiento.


En la austera caseta de Anfield, a Fowler le entregó el testigo, tras compartir vestuario, un mito llamado Ian Rush. De alguna manera, Fowler conectó un fútbol que ya no existe con la ola imparable de la modernidad, que sufrió cuando fue orillado, en el césped y en los focos, por el fenómeno mediático que generaba Michael Owen. Pero Robbie, nacido en Liverpool, con infancia apegada al Everton, y forjado en el semillero del club rojo, fue siempre nuestro preferido. Lo fue cuando engatillaba de primeras, en la media volea tan suya, con cualquiera de las dos piernas. Lo fue cuando se las apañaba en la suerte de cabeza, y cuando se exhibía en el catálogo de controles orientados. Lo fue cuando se recortaba a sí mismo en el área, y los defensas pasaban de largo. Lo fue cuando sumaba goles a capazos y su equipo era un espectáculo, y también cuando dejó de marcarlos y su equipo era un tostón. Lo fue cuando le partieron la cara en un baño, y cuando dedicó un gol a los estibadores en huelga. Lo fue cuando reconoció haberse tirado en aquel penalti, y cuando esnifó la cal, y se pasó de teatrero. Lo fue en el error, y en el acierto, en las copas ganadas y en los sinsabores de la Premier. Lo fue cuando se marchó al Leeds y al City, cuando volvió a Anfield, y se marchó de nuevo, bajando escalones, y lo es ahora, leyenda del Liverpool y esforzado veterano, a sus 35 años, en el infrafútbol australiano. Ahí busca Fowler la red en 2011, movido por esa misma fuerza de respeto y pasión por el juego que comprendimos cuando ser parabólico tenía mérito, el Don Balón era la Biblia, y todas esas cosas que intentamos explicar antes y subrayamos, con nostalgia, ahora.


http://www.youtube.com/watch?v=xI1OxOkPq94



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