En la austera caseta de Anfield, a Fowler le entregó el testigo, tras compartir vestuario, un mito llamado Ian Rush. De alguna manera, Fowler conectó un fútbol que ya no existe con la ola imparable de la modernidad, que sufrió cuando fue orillado, en el césped y en los focos, por el fenómeno mediático que generaba Michael Owen. Pero Robbie, nacido en Liverpool, con infancia apegada al Everton, y forjado en el semillero del club rojo, fue siempre nuestro preferido. Lo fue cuando engatillaba de primeras, en la media volea tan suya, con cualquiera de las dos piernas. Lo fue cuando se las apañaba en la suerte de cabeza, y cuando se exhibía en el catálogo de controles orientados. Lo fue cuando se recortaba a sí mismo en el área, y los defensas pasaban de largo. Lo fue cuando sumaba goles a capazos y su equipo era un espectáculo, y también cuando dejó de marcarlos y su equipo era un tostón. Lo fue cuando le partieron la cara en un baño, y cuando dedicó un gol a los estibadores en huelga. Lo fue cuando reconoció haberse tirado en aquel penalti, y cuando esnifó la cal, y se pasó de teatrero. Lo fue en el error, y en el acierto, en las copas ganadas y en los sinsabores de la Premier. Lo fue cuando se marchó al Leeds y al City, cuando volvió a Anfield, y se marchó de nuevo, bajando escalones, y lo es ahora, leyenda del Liverpool y esforzado veterano, a sus 35 años, en el infrafútbol australiano. Ahí busca Fowler la red en 2011, movido por esa misma fuerza de respeto y pasión por el juego que comprendimos cuando ser parabólico tenía mérito, el Don Balón era la Biblia, y todas esas cosas que intentamos explicar antes y subrayamos, con nostalgia, ahora.
http://www.youtube.com/watch?v=xI1OxOkPq94
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