Somos fútbol y algo más. Nos apasiona tanto que nunca nos hemos rendido. Los nuestros siempre han tenido algo de “pupas”. Siempre nos íbamos para casa antes de tiempo, nuestra apuesta nunca era la correcta.
En los ochenta el Madrid vivía del recuerdo del pasado, el Barça fichaba a los mejores para terminar diciendo eso de “aquest any tampoc” y las ligas eran para la Real y el Athletic. En Europa mandaban otros, el Dínamo de Kiev barría al Atlético, el Madrid no encontraba el camino en la Copa de Europa y el Barça se desgarraba con la final de Sevilla. Eran los tiempos de escuchar los partidos por la radio, la cita con Estudio Estadio era obligada. Como había colegio, cada domingo tocaba negociar para quedarse hasta el final de los resúmenes.
Estábamos cerca pero siempre quedábamos lejos. La magia del día de Malta, la victoria contra Alemania en la semifinal y la derrota en el Parque de los Príncipes. Así fue la Eurocopa del 84, la primera oportunidad para olvidar el Mundial de Naranjito, aquel en el que los buenos eran los mediocampistas y donde los nuestros no encontraron el camino. Tras la Eurocopa, el Mundial del 86. Más de lo mismo, ilusión y partidos para el recuerdo para terminar en la lona. Butragueño, el buitre que sobrevoló Queretaro. Era la pausa y la distinción, el ‘7’ era la única alternativa en el Mundial de Maradona. Los belgas y los penaltis, otra vez fuera.
Nuestro único momento fue Barcelona’92, por el fútbol y por las medallas, por la ilusión y por la manera de competir. Empezamos a ganar, el deporte nos ayudaba a sentir la bandera, sentaba bien escuchar el himno cada dos por tres. Antes los medallistas eran inmortales, hoy tenemos tantos que nos olvidaríamos. Faltaba el fútbol. Mientras el deporte crecía, el fútbol se hundía. Vivíamos enfrentados, los clubes ganaban y eran la referencia y la selección deambulaba sin plan ni sentimiento. Se discutían muchas cosas, el Madrid y el Barça marcaban el paso, el Sevilla era el equipo de la pasión. El Valencia perdía finales de Champions y los buenos querían venir a nuestra liga.
Luis Aragonés y el esperpento de Oviedo, la discusión por las medias y la falta de profundidad. Un día se jugaba con bandas, otro con mediapuntas, dos nueves o uno, laterales ofensivos o rigor defensivos, era un tiempo donde sólo había uno indiscutible en la selección, Iker Casillas. Días antes de la Eurocopa del 2008 se jugaba contra Perú y EEUU, un horror por definirlo pronto. Faltaba chispa, inercia y autoestima. Aragonés supo dar con la tecla y algunos se empezaron a apuntar tantos ventajistas. Los malos de antes eran dioses hoy, el seleccionador que debía salir en globo era un héroe que debía renovar.
Podía ser un momento puntual pero no. La victoria significó que ya ganásemos a todo, y por supuesto, a fútbol. Tras la Eurocopa, la Confederaciones. Un aprendizaje para el Mundial y un motivo para dudar que no fue para tanto. En el Mundial, derrota en el arranque para terminar siendo los únicos. La final, la semifinal, uno tras otro tuvieron un color especial ya que lo difícil fue hacer el primero. Éramos la selección del espectáculo pero tanto en la Eurocopa como en el Mundial lo ganamos todo por 1-0. Nos falta para ser la Brasil de Tele Santana pero jugamos de lujo, nos queda eso de ganar por goleada en cada evento. Ese día nos aburriremos, somos así. Ha pasado un año, ganar aunque sea a las canicas siempre es un sueño, una hazaña digna de contar. Tras el grito, el llanto y el recuerdo por aquellos que nos dejaron sin poner ver a Iniesta romper la red. Fue un gol para todos, un triunfo que hizo que todo tuviese sentido.
Futbolitis - Marcos López
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