Película recomendable para acompañar el principio de esta temporada de fútbol: Amadeus, ganadora de ocho Oscars, estrenada en 1984, cuando Guardiola era recogepelotas en el Camp Nou, Mourinho era un chaval de 21 años y Messi y Cristiano todavía no habían nacido.
La trama se centra en un señor que, carcomido por la envidia, acaba enloqueciendo ante el éxito y la admiración universal que cosecha su gran rival. El señor, que narra la historia de manera retrospectiva y confesional, es el compositor Antonio Salieri. El rival es Wolfgang Amadeus Mozart.
Salieri es el músico más famoso y reputado de Europa hasta que irrumpe en escena el joven Mozart, ante cuyo genio se rinden las multitudes. A Salieri le corroe el éxito de Mozart, y más aún porque sabe, en el fondo de su corazón, que su rival se lo merece. "Era música como nunca había oído", reconoce Salieri, llorando de rabia, "...como si estuviera oyendo la voz de Dios... La belleza más absoluta".
Salieri es un trabajador metódico y disciplinado con una ambición sin límites, pero va descubriendo que jamás podrá competir con la habilidad innata de Mozart. Sintiéndose traicionado por Dios, al que había encomendado sus sueños de gloria terrenal, quema la cruz que colgaba en su despacho y se entrega a Satanás. Lanza una campaña de mentiras contra Mozart y le tiende las trampas más viles con el objetivo de destruir su carrera y su reputación. Pero los tiros le salen por la culata y sufre una humillación tras otra. Resignado, por fin, a que no hay forma de combatir el talento sublime de Mozart, se propone matarle.
Lo que acaba ocurriendo es que Salieri, incapaz de engañarse a sí mismo -de ocultarse la lacerante verdad de que no está en la misma liga que Mozart- intenta matarse a sí mismo. Se corta la garganta con una navaja, pero le pillan a tiempo y pasa el resto de sus días en un manicomio.
Esta, en muy resumidas cuentas, es la historia de Amadeus. Tendrán que reconocer que hay algo ahí que nos recuerda a ciertos dramas que hemos vivido últimamente en el mundo del fútbol. La diferencia está en que una película tiene un principio y un fin mientras que en el fútbol la historia nunca se acaba de escribir; todo puede cambiar de una semana, o de una temporada, a otra. Existe siempre la ilusión de redención. Es decir, el equipo que colocamos, por razones obvias, en el papel de Salieri podría por fin emerger del oscuro y amargo pozo en el que se ha hundido. La temporada pasada ya tuvo la oportunidad de asomarse un poquito a la luz. Conquistó una Copa e incluso ganó una vez al detestado rival, aunque este se acabó llevando los trofeos más grandiosos además de los aplausos de las grandes masas.
Pero en el fútbol del siglo XXI, a diferencia de la música en el XVIII, no solo pesa la clase. También influyen, y mucho, las ganas y el dinero. El veredicto de la historia seguramente acabará poniendo las cosas en su sitio, como hizo con Salieri y con Mozart. Una cosa es ganar un trofeo, o dos, otra es conquistar la inmortalidad. Pero una revancha pasajera, hoy por hoy, no es nada descartable. Es perfectamente posible que esta temporada, tras años carcomido por la envidia, al borde de la locura, el Manchester City gane más títulos que el Manchester United.
por Jonh Carling, para el Pais.com
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